En páginas interiores

martes, 9 de junio de 2009

ESCUELAS DEL PERDÓN PARA ANALFABETAS EMOCIONALES‏

En la mayoría de las escuelas alrededor del mundo, los niños aprenden a sumar y a restar; a leer y a escribir; a competir y a sobresalir, pero no aprenden a amar, a perdonar o a tener compasión por los demás.

De acuerdo con el sacerdote Leonel Narváez, este analfabeta emocional en que se convierte el ser humano adulto es en gran medida el responsable de los ciclos de resentimiento y violencia en que viven inmersas diversas sociedades.

En la grafica el sacerdote Leonel Narváez

¿El ser humano puede perdonar lo imperdonable? ¿Para qué perdonar una ofensa terrible? ¿Cómo hacerlo y qué relación tiene el perdón con la reconciliación, la justicia y la paz? Éstas son las cuestiones que viene resolviendo desde hace varias décadas el sacerdote colombiano Leonel Narváez, uno de los creadores de la Fundación para la Reconciliación, con sede en Bogotá.

A través de su experiencia con comunidades colombianas, kenianas y de muchas otras latitudes, y con la ayuda de expertos interdisciplinarios de las universidades de Wisconsin, Harvard y Cambridge, este teólogo y sociólogo desarrolló las Escuelas del Perdón, hoy esparcidas por el mundo y ganadoras del Premio de Paz de la UNESCO.

El próximo mes de Octubre se realizará el encuentro internacional de las Escuelas del Perdón, en un antiguo fuerte militar de la ciudad de Niteroi, Brasil. Ahí donde aún quedan cañones, 150 personas se reunirán para compartir sus experiencias en la pedagogía de la compasión, la cual busca solucionar el problema del analfabetismo emocional, que según Narváez, es una de las principales causas de la violencia en el mundo. Como preámbulo al encuentro, el teólogo y sociólogo colombiano habló del perdón y la reconciliación para Comunidad Segura.

¿Cómo nacieron las Escuelas del Perdón?

Trabajé durante 10 años en el Caguán –zona de influencia de la guerrilla de las FARC al sur de Colombia- y allá desarrollé la experiencia de los “territorios de paz” con la guerrilla y con las comunidades. Íbamos a una vereda, nos reuníamos con la gente, hacíamos un sancocho de olla (un paseo rural para cocinar en una olla enorme una sopa tradicional campesina a la orilla del río) y resolvíamos amigablemente los problemas, hacíamos pactos y declarábamos la vereda un “territorio de paz”.

¿Cómo evalúa hoy lo ocurrido durante el despeje militar del Caguán, para los diálogos entre la guerrilla y el gobierno de Andrés Pastrana?

Fueron tres años de negociación. Descubrí que habíamos discutido las necesidades objetivas –empleo, reubicación, etc., - pero no hablamos de las necesidades subjetivas –la rabia de Tirofijo por los animales que le mató el ejército cuando era campesino, la rabia de Raúl Reyes por lo que le hicieron, en fin-. Ahí fue donde empecé a trabajar el tema y desarrollamos las escuelas de perdón y reconciliación.

¿Cómo funcionan estas escuelas?

Luego de esta experiencia práctica y de la elaboración teórica en Harvard, donde hice mi doctorado, Antanas Mockus nos llamó para aplicarlas en 60 barrios de Bogotá. La ‘escuela del perdón’ es un entrenamiento que hacen las personas a lo largo de 80 horas, divididas en 10 sesiones de 8 horas cada una. Cada persona llega con un episodio en su vida que quiere perdonar. Se supone que al terminar, deben haber perdonado. Al final les damos un diploma, que tiene el objetivo de recordarles que ellos son animadores del perdón y la reconciliación.

¿Dónde están hoy las escuelas del perdón?

En muchos lugares del mundo: Canadá, Estados Unidos, México, República Dominicana, Venezuela, Perú, Ecuador, Bolivia, Chile, Uruguay, Sierra Leona, Liberia, Sudáfrica, España, Italia, Israel y Brasil. En Brasil tenemos en varias ciudades: Bello Horizonte, Bahía, Niteroi. Incluso estamos trabajando un diplomado académico con las universidades de São Paulo y con la PUC de Río de Janeiro.

¿En qué consiste el diplomado?

Enseñamos a manejar la memoria ingrata: o sea, la memoria que devuelve al ofensor al momento de la ofensa, alimentando su rencor, resentimiento y deseo de venganza. Enseñamos cómo “torcerle el brazo” a esos sentimientos. Al iniciar el taller, cada persona escoge una ofensa que le han hecho en su vida, por ejemplo, “la pareja que le fue infiel”. Durante las 10 sesiones se está trabajando el caso y al término, la persona debe tener herramientas para salir del resentimiento. Es como una terapia de grupo, pues desde el principio la persona escoge otros dos compañeros y forman un “grupinho” –palabra que nació en Brasil y quedó "institucionalizada"- y hacen un pacto de total confidencialidad.

¿El perdón implica reconciliación?

La idea es que se llegue a la reconciliación, pero el perdón no siempre lleva a la reconciliación. Lo que sí se logra con el perdón siempre es bloquear el deseo de venganza y a escala social, ese es un gran cambio en términos de violencia.

Desde esta perspectiva ¿Qué opina del proceso que se ha llevado a cabo con los paramilitares en Colombia?

Tiene dos lados. El positivo es que 53 mil personas han entregado las armas (de diversos grupos, no sólo paramilitares). El gobierno ha hecho un esfuerzo enorme para reintegrar a estas personas y creo que lo ha hecho bastante bien. Por otro lado, pienso que las elites del país no se han reintegrado. La sociedad está fracturada y de algún modo se piensa que la reintegración es sólo ‘para los de ruana’ –‘los de abajo’-.

El tema de la reintegración debe tener implicaciones políticas importantes: aún queda demasiada rabia en los líderes políticos y esto puede ser peligroso porque genera otro tipo de ejércitos subversivos. Eso fue lo que pasó con las FARC y los paramilitares: nacieron como deseo de organizarse para la venganza. Entonces, ese ejercicio de reconciliación en la base también tiene que ser echo arriba.

¿Colombia está preparada para un gran perdón nacional?

Yo creo que violencia en Colombia no se debe tanto a la exclusión como a los rencores acumulados a lo largo de décadas que no hemos podido superar. Nosotros tenemos una idea para trabajar en eso: tener centros de reconciliación en todos los barrios, así como existe puesto de salud en todos los barrios. Un lugar en el que las personas logren superar esta cultura de venganza y llevar esto de la base a la elite, pues el perdón tiene que tomar dimensiones políticas. En palabras de la escritora Ana Arndt “el perdón no es un recurso religioso sino una actitud política”.

¿Esto vale para todas las culturas?

El perdón es necesidad universal. Sin embargo, hablar de “pedagogía del perdón” tiene una desventaja en ciertos ambientes pues e le ve como una propuesta cristiana. A los musulmanes, los hinduistas, los judíos eso del “perdón”… ‘les sabe a diablo’. Pero si lo hablamos desde la pedagogía del auto-cuidado, es muy bien recibido en ambientes culturales no cristianos. En síntesis, estamos es hablando de salud emocional y de reconciliación.

¿Es cierto entonces que los humanos tenemos la capacidad heroica de perdonar lo imperdonable?

Sí, eso lo comprobamos todos los días en nuestro trabajo con víctimas de la violencia. Ellas entienden lo que es perdonar y son capaces de hacerlo. Pero perdonar no es olvidar, ni es impedir el trabajo de la ley. Es un ejercicio personal de sacarse el veneno de adentro. Al entender que si uno se queda reciclando venenos, se hace daño a sí mismo, perdonar se convierte en un ejercicio de salud personal.

¿Y cómo es posible perdonar sin olvidar?

Uno de los temas más difíciles en el perdón es el manejo de la memoria. La mente vive constantemente “devolviendo la cinta” o sea, recordando. Para cambiar eso se necesita hacer un reentrenamiento cognitivo, es decir: “devolver la cinta”. Es trágico cuando una persona no perdona porque se queda amarrada a lo que ocurrió, esclava del pasado.

Por eso es que el premio Nóbel de Paz Desmond Tutu decía que “sin perdón no hay futuro”. Es lo que puede ocurrir por ejemplo a las comunidades afro, o las culturas indígenas: claro que tienen razón en que les hicieron mucho daño y claro que tienen derecho a la justicia, pero también tienen derecho a tener futuro. Para ellas, vivir en el pasado es quedarse sin futuro.

¿Cómo se hace ese proceso?

Ayudamos a la gente a crear nuevas narrativas, nuevos lenguajes para transformar lo que les pasó a través de la música, el canto, el cuento. Es desde estos ejercicios desde donde se transforma el pasado. Pero el problema de la memoria ingrata, es que ésta nos lleva a la ofensa sufrida una y otra vez y que nos hace re sentir lo que nos pasó de manera repetitiva, generando el resentimiento. Éste en cualquier momento se puede convertir en deseo de venganza.

¿Todo resentimiento lleva al deseo de venganza?

El deseo de venganza e lo más común que tenemos los seres humanos y cuando se pasa a ejecutar la venganza se escala la violencia. Esto puede pasarle a cualquiera: un niño en la escuela o un ejecutivo muy educado. Hay todo tipo de venganzas, hasta las más sutiles. El Banco Mundial por ejemplo, encontró que uno de sus problemas internos es que la gente no saber resolver sus conflictos. Entonces, hay una cadena de pequeñas venganzas: dañar un documento de otro, no asistir a una reunión, sabotear la presentación de alguien.

¿Esto es inherente al ser humano o es aprendido?

Yo defiendo que de algún modo la sociedad nos condiciona y nos ‘tuerce’, “el ser humano es esencialmente bueno”. Eso es lo que yo pienso. No podemos negar que existen algunos elementos de la naturaleza humana que nos pueden impulsar hacia la violencia, pero todo depende de la formación socio-emocional que recibimos en la familia y la escuela y es ahí donde menos se hace educación socio-emocional. La escuela es caldo de cultivo de violencia, se instruye al niño para la competencia, pero no para la bondad, el afecto, el amor.

Usted trabaja con el perdón pero también con la reconciliación. ¿Cómo se da ese paso?

Mientras que el perdón es de uno mismo con uno mismo, la reconciliación es abrir un camino hacia el ofensor. Lo más bonito es que la reconciliación empieza generalmente por el ofendido y es ahí donde el perdón es un don, un regalo al otro: un llamado a la bondad. Cuando alguien me ha ofendido lo más bonito de todo es que quien queda con el poder de perdonar soy yo.

¿Qué hay que hacer en los procesos de perdón y reconciliación, tanto individuales como colectivos?

Debe haber verdad, justicia, pacto y celebración. La verdad no es sólo la verdad del ofendido, que usualmente cree tener la única verdad. La verdad es también la verdad del ofensor. Se construye una nueva versión asertiva de la verdad. Por otro lado, en el caso de un crimen de lesa humanidad por ejemplo, creo que toda la verdad –con los detalles más dolorosos, como la forma en que fue torturada una persona- debe ser conocida por los jueces. Pero a los familiares de las víctimas les interesa saber, quién cometió el crimen, por qué y dónde está el cuerpo. De lo contrario, se corre el riesgo de caer en un proceso revictimizante, que hace que la crueldad de lo que pasó aumente el ciclo de rabia y rencor.

¿En cuanto a la justicia?

Nosotros creemos en la justicia restaurativa, ya no creemos en la justicia punitiva pues nos parece que las cárceles son escuelas del crimen. Además de ser terriblemente costosas, las cárceles son focos de corrupción de los estados y poco exitosas en su propósito de disuadir a la gente para que no cometa crímenes. Hay otros modelos de justicia más exitosos, como la de los indígenas colombianos, por ejemplo. Ellos no tienen cárceles: ellos creen en que hay que reintegrar a sus ofensores.

¿Cuál es la importancia del pacto?

Es fundamental, pues es el compromiso público de que una ofensa no se va a repetir.

¿Y la celebración?

Es ritualizar ese pacto. El rito eleva a las personas a niveles trascendentes y eso deja más marcado el compromiso. Por ejemplo, el rito de entrar a la iglesia, con toda la parafernalia le da mucha más solemnidad a un matrimonio que casarse en diez minutos en una oficina. Es un ejemplo para decir que lo público, lo solemne, lo sagrado compromete mas. Esto ha demostrado ser exitoso en

http://alvaro-vecino.blogspot.com


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